Donnerstag, September 01, 2005

Último adiós para un sueño triste

A Tito Aráus


Aún recuerdo la primera vez que te vi. Estabas sentado en ese sofá de cuero café, viendo televisión, el canal de Fox Sports. Venía con muchos nervios de verte, me habían hablado tanto de tí, me dijeron que eras una eminencia en las artes de las letras, eras filólogo amante de la literatura, del latín y de esa historia del lenguaje que tiempo después vinimos a conversarla. Subí por las escaleras, con la piernas temblorosas, no sabía con quién me iba a encontrar... ¡Vaya a quién vine a conocer! Te paraste del sofá y me saludaste con un respeto inmenso, como si ya se hubiera hablado de mí en esa casa, como si ya mi nombre fuera familiar y una complicidad en la mirada con tu hijo los delató.
Con el paso pequeño de los días, empecé a admirar ese humor tan fino, tan sabio, tan perfecto para la ocasión. No dudaba ni un segundo que más que llevar el conocimiento en tus manos, llevabas el amor por éste en las venas. Entonces a la hora del almuerzo me daba pena hablar, hablarte, uy Dios mío, sentía que tenía que pensar cada palabra, que no podía equivocarme, que debía demostrar que sabía del tema. A veces me costaba entenderte, pero tu traductor te fue tan leal desde siempre. Al lado de ella, me emocionaba pensar en lo bella que era esa familia y así fue que me empecé a enamorar de todos. Conocí tu lado más sensible cuando mirabas a Samurai quien apenas intentaba apoyarse en tus piernas y lo consentías como si fuera tu hijo propio. Vi tu lado más enamorado cuando la besabas a ella con un amor que me hizo imaginarte en otra época. Conocí también tu lado más humano cuando gritabas, cuando te reías con tu hermoso hijo. Poco a poco aprendí del humor, de las expresiones, de la vida misma. Nos salió buena la exposición que hicimos del artículo en Gramática General. Gracias por los libros que salieron de tu casa y volvieron felices después de haber sido tocados por unos ojos asustados a veces, que aprendieron mucho de tí.
La primera vez que estuviste en mi casa eras tú quien tenía nervios. Dijiste que no estabas elegante, y por favor, eras el más destacado para la situación. Hablaron de la salsa, del tango y de una Argentina que mi viejo sigue añorando y de la que tú saliste. Apenas yo observaba...
Los días del trabajo cambiaron muchos rumbos de la historia. La terquedad y el amor por la pedagogía eran fuertes, "vamos ya"- decías y los que no entendíamos éramos nosotros, porque tú siempre supiste muy bien lo que querías. Haberte conocido fue una bendición. Los meses pasaron, los suspiros se fueron, se apagaron tantas luces en la casa, en los deseos de tu hijo, pero él siempre trató de revivirlas, de no perderlas, de conservarlas, de realzarlas, soy testigo de su terquedad, la misma tuya, soy testigo de su amor, soy testigo de que hizo hasta lo imposible. Lo juro...
Paseamos, fuimos a cine, hasta a mí me regañaste. Dijiste que me querías mucho más de lo que yo te quería a tí... tengamos en cuenta ahora que tu animal favorito es el ratón... Si ya sé no es chistoso, por Dios, trato de revivir ese humor...
Siento mucho que sólo haya sido un año oyéndote con ese dejo porteño, pero agradezco a la vida porque ese año fue lleno de admiración y respeto. Ahora entiendo por qué lo que se hereda no se hurta.
Tito gracias por haberme abierto las puertas de tu casa, por haberme tomado de la mano para mostrarme lo linda que es la lengua, sus matices, sus sentidos y todo eso que la rodea y que nos vuelve de forma inevitable, por mi lado sólo en eso, en seres sicorrígidos. Mil gracias por haber compartido tu familia conmigo, por habernos ayudado con el negocio, por admirar y considerar a mi papás, no me cabe la menor duda de que te sentías reflejado cuando los viste cansados de tanto trabajar.
Por mi lado, me llevo muchos recuerdos, me quedo con tu mejor herencia a quien prometo cuidar y amar hasta que la vida nos lo permita, porque el amor en nosotros no se ha perdido.
Ojitos azules grandes lectores, voz sincera y fuerte, manos pecosas y resistentes, corazón de grande y de hérore, amigo leal y frentero, suegro risueño y complaciente, esposo romántico y fiel, padre ejemplar... como alguna vez te dije: caballero andante: gracias por este tiempo, tengo el corazón lleno. Espero que nos volvamos a ver, allá en aquél lugar que nunca te entendí...