(“Clase: cómo abrazar de verdad”)
Esta vez el panorama fue otro, divertido como siempre y con el calorcito de una amistad que surgió hace más de medio año. Él: un hombrecito que nació en Rusia pero que desde los diez años vive en Alemania. Más alemán que ruso me atrevería a decir.
Hoy, después de una visita corta, después de quejarme horas enteras sobre el comportamiento de algunos, de divagar sobre nuestros choques culturales, después de la sobreinterpretación del inconsciente de una lengua (según él, quien me tacha de exagerada), después de recordar viejos tiempos cuando vivíamos en la WG, hoy en la estación del tren, a punto de despedirnos le dije en quince minutos (lo que duró el retraso del tren), que iba a darle una clase de abrazos. El no pudiendo de la risa, tiró su maleta al piso y empezamos a jugar. En realidad hacía mucho tiempo que quería hacerlo, pero no se daba, a duras penas le dije alguna vez: ,,hey Mann umarme mich doch richtig” (“hey, abrázame de verdad”) y él me alzaba…tan bonito creyendo que abrazar mejor implica usar la fuerza.
Entonces lo primero que le mostré fue un abrazo imaginario, o bueno un abrazo conmigo misma: ojos cerrados, espalda encorvada, brazos redondos…y él, asintiendo con la cabeza, con sus ojos grandes azules, me miraba y me sonreía.
El segundo paso fue mostrarle (aún sin abrazarlo a él), cómo eran los abrazos suyos y los de algunos otros. Entonces me paré recta, casi con la figura de un cuadrado y con los brazos igualmente paralelos, rectos que dan unos golpecitos algo antipáticos. Me seguía contemplando, muerto de la risa, esta vez.
Entonces le dije que intentara abrazarme de nuevo.
Falló. Volvió a abrazarme en cuadrado y yo en círculo…entonces le dije que admitía el esfuerzo (pues su intento se acercó sólo porque lo dejó durar unos segundos más), pero que había que seguir practicando.
Le dije que íbamos a comparar, que por primera vez él iba a sentir lo que yo experimentaba cuando sentía un abrazo vacío. Y entonces le dije que exagerara, que fuera espejo, que el fuera yo, que me abrazara como cuando yo lo hago…y que yo iba a regresarle uno de esos que tienen la textura de un palo.
Entonces me abrazó, se encorvó, hasta lanzó un suspiro, empezó a volverse melodramático…yo: tiesa, con esos golpecitos aburridos y sugerentes.
Nos despegamos y no hubo necesidad de reiterar mis quejas…entendió…creo que aprendió.
Antes de montarse en el tren, le abrí los brazos con mi mejor sonrisa y como en casa sentí el calor de un abrazo. Me tomó fuerte, me apretó, no dijimos nada, ni siquiera se estresó porque el tren ya estaba allí, le di un beso, le dije que lo quería. Este osito había aprendido a dar un abrazo, un abrazo a la nuestra, de esos que duran un ratito, de esos que duelen al separarse, de esos que saben a miel, de esos que no se olvidan y que inevitablemente logran que uno llore sin lágrimas.