Y he querido volver a escribir para pasar rápido lo publicado. He pensado en escribir sobre Humbertico, sobre mis Chuchis, sobre el olvido, los caminos, sobre Daniela y el piano, sobre las penas, las desilusiones, el clima y la bondad de la nieve, la rabia, los viajes y algunas otras cosas más.
Jugar ha cambiado mucho, cada vez me apego más a quienes pronto se marcharán, también a los que están más allá que acá, a quienes evocan la nostalgia de la playa, del mar, de la familia celebrando por el nuevo año que comienza.
Humbertico está feliz, jugó con otra arena, sus ojos van a cambiarle para siempre. Cada vez que hablamos me pregunta que en dónde estoy y es allí, en esa vocecita, que me invade la sensación de la soledad. En el colegio le ha ido muy bien, está leyendo rápido, espero que a la vuelta sea él quien me lea el cuento de los lobitos al dormir. Pienso en nuestras edades y al proyectarnos me imagino que seremos muy buenos amigos. Poco a poco nos hemos sensibilizado, nos entendemos muy bien cada vez que nos damos un abrazo. La próxima vez que nos veamos voy a regalarle un icopor de azúcar (así lo ha nombrado él), que le llenará la boca de ese dulce rosado pegajoso.
Los Chuchis, por otro lado, también están felices. Pronto vuelven a sus casitas y mientras me imagino mi vida acá sin ellos, sin los viernes en la Mensa, sin sus caritas abrazándome por la noche, se me hace un nudo en la garganta. Ellos dicen que no los voy a extrañar, que en poco tiempo los voy a olvidar, pero acá, en el exilio de la Navidad, voy a llevarlos en los trenes, en la nieve y en los cantos de los pájaros cuando venga la primavera, cuando el ánimo cambia, según ellos.
Sobre el olvido y los caminos puedo experimentar tan sólo que se sigue respirando, que aún hay agua para beber, que la distancia ayuda a borrar los tesoros que quieren permanecer en la memoria, que no hay mejor salida que causarse el estornudo ante tanto llanto. Pienso en ayer, en hace un año y sigue oliendo a ponqué de chocolate, a sorpresa y cerveza, a él y su amor.
Daniela y el piano cada vez arman más aspiraciones, más leyenda, más inspiraciones. Yo sólo puedo quedar perpleja cada vez que me entero de otro triunfo y me lleno de admiración y respeto por el alma de los artistas. Creo que el camino se le va marcando, que no es gratis todo lo que está viviendo, ni el alemán, ni Magdalena, ni mis papás…poco a poco está llegando.
Las penas, las desilusiones, el clima y la bondad de la nieve, además de la rabia y de mis últimos viajes, son pasajeros, son estados, son ciclos con los que se aprende a vivir. No sé si pueda aguantar un invierno más acá. Creo que los Chuchis me han pegado las ganas de volver.
Jugar ha cambiado mucho, cada vez me apego más a quienes pronto se marcharán, también a los que están más allá que acá, a quienes evocan la nostalgia de la playa, del mar, de la familia celebrando por el nuevo año que comienza.
Humbertico está feliz, jugó con otra arena, sus ojos van a cambiarle para siempre. Cada vez que hablamos me pregunta que en dónde estoy y es allí, en esa vocecita, que me invade la sensación de la soledad. En el colegio le ha ido muy bien, está leyendo rápido, espero que a la vuelta sea él quien me lea el cuento de los lobitos al dormir. Pienso en nuestras edades y al proyectarnos me imagino que seremos muy buenos amigos. Poco a poco nos hemos sensibilizado, nos entendemos muy bien cada vez que nos damos un abrazo. La próxima vez que nos veamos voy a regalarle un icopor de azúcar (así lo ha nombrado él), que le llenará la boca de ese dulce rosado pegajoso.
Los Chuchis, por otro lado, también están felices. Pronto vuelven a sus casitas y mientras me imagino mi vida acá sin ellos, sin los viernes en la Mensa, sin sus caritas abrazándome por la noche, se me hace un nudo en la garganta. Ellos dicen que no los voy a extrañar, que en poco tiempo los voy a olvidar, pero acá, en el exilio de la Navidad, voy a llevarlos en los trenes, en la nieve y en los cantos de los pájaros cuando venga la primavera, cuando el ánimo cambia, según ellos.
Sobre el olvido y los caminos puedo experimentar tan sólo que se sigue respirando, que aún hay agua para beber, que la distancia ayuda a borrar los tesoros que quieren permanecer en la memoria, que no hay mejor salida que causarse el estornudo ante tanto llanto. Pienso en ayer, en hace un año y sigue oliendo a ponqué de chocolate, a sorpresa y cerveza, a él y su amor.
Daniela y el piano cada vez arman más aspiraciones, más leyenda, más inspiraciones. Yo sólo puedo quedar perpleja cada vez que me entero de otro triunfo y me lleno de admiración y respeto por el alma de los artistas. Creo que el camino se le va marcando, que no es gratis todo lo que está viviendo, ni el alemán, ni Magdalena, ni mis papás…poco a poco está llegando.
Las penas, las desilusiones, el clima y la bondad de la nieve, además de la rabia y de mis últimos viajes, son pasajeros, son estados, son ciclos con los que se aprende a vivir. No sé si pueda aguantar un invierno más acá. Creo que los Chuchis me han pegado las ganas de volver.