El botoncito de la nostalgia se ha disparado hoy. Probablemente es por las conversaciones que tuve toda la mañana con una amiga, o tal vez por la música que llevo escuchando desde hace algunas horas. No importa, se ha disparado. No es una nostalgia concreta, esta vez no se encarna en nadie, no se encarna en nada. La fortalece un poema que acaba de llegar a mis manos y que me ha parecido sencillo y tristemente desgarrador. Se llama Oda al amor y lo escribió María Mercedes Carranza, escritora colombiana que se suicidó hace un par de años. Ahí va:
Una tarde que ya nunca olvidarás
llega a tu casa y se sienta a la mesa.
Poco a poco tendrá un lugar en cada habitación,
en las paredes y los muebles estarán sus huellas,
destenderá tu cama y ahuecará la almohada.
Los libros de la biblioteca, precioso tejido de años,
se acomodarán a su gusto y semejanza,
cambiarán de lugar las fotos antiguas.
Otros ojos mirarán tus costumbres,
tu ir y venir entre paredes y abrazos
y serán distintos los ruidos cotidianos y los olores.
Cualquier tarde que ya nunca olvidarás
el que desbarató tu casa y habitó tus cosas
saldrá por la puerta sin decir adiós.
Deberás comenzar a hacer de nuevo la casa,
reacomodar los muebles, limpiar las paredes,
cambiar las cerraduras, romper retratos,
barrerlo todo y seguir viviendo.
Definitivamente hay constantes habitares y deshabitares.
El botoncito de la nostalgia se ha apagado ya.
Donnerstag, Juni 02, 2005
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